La biografía de Chavela Vargas es el itinerario de una voz anclada en las entrañas, es la historia de un corazón desgarrado y un temperamento que transgrede. La artista mimada de Ana Belén, Aute y Joaquín Sabina (que le cantó: "las amarguras no son amargas/ cuando las canta Chavela Vargas"), es una estrella siempre en busca de un camino propio, que se declara inconformista y rebelde.
Hija de Herminia Lozano y Francisco Vargas, Chavela eligió muy pronto una estrella con música de marimba y se dedicó a soñar. la niña que nunca jugó con muñecas, se levantaba de noche a buscar serenatas, montar a caballo en pelo y mirar el río. Eran tiempos de prejuicios y miedo al qué dirán. Una noche no pudo ver su estrella. Enfermó de la vista y cuando iban a secarle los ojos con nitrato de plata la sanó un indígena; los indios -que también le curaron la poliomielitis- son, al decir suyo, los únicos seres puros que quedan.
Sin pelos en la lengua, Chavela habla en su autobiografía de una infancia infeliz: "A mis abuelos no los conocí y a mis padres más de lo que hubiese querido. Tuve cuatro hermanos y puesto que he de decirlo casi todo, lo diré: mis padres no me querían (..) Cuando mis padres se divorciaron me fui con mis tíos que Dios los tenga en el infierno".
Sin pelos en la lengua, Chavela habla en su autobiografía de una infancia infeliz: "A mis abuelos no los conocí y a mis padres más de lo que hubiese querido. Tuve cuatro hermanos y puesto que he de decirlo casi todo, lo diré: mis padres no me querían (..) Cuando mis padres se divorciaron me fui con mis tíos que Dios los tenga en el infierno".
Adolescente, Chavela viajó a México donde llegó a desempeñar distintos oficios, de criada a vendedora de ropa para niños, hasta convertirse en "la Vargas", esa mujer con un estilo particular de interpretar, desenterrando cada frase o -para decirlo con palabras del escritor mexicano Carlos Monsiváis- extrayéndole a las canciones fervores y rencores.
Despojada, ataviada apenas con un poncho, abrigada en su propio decir, su voz recia recorrió el territorio mexicano y llenó los antros de la noche azteca: El Otro Refugio, El Blanquita, El Patio, La Taberna de El Greco.
A mitad de los 50 hace una temporada en el Champagne Room de La Perla, en Acapulco, donde asiste todo Hollywood; canta en la boda de la actriz Elizabeth Taylor con el productor Mike Todd, conoce a Rod Hudson, Grace Kelly, Ava Gardner, entre muchos artistas de la época.
Llegaron luego los discos, más de 30 y el público de pie pidiéndole bises de temas que cantados por ella se iban transformando en clásicos, como "La Llorona", "Somos" y "Luz de luna".
Cuando la voz áspera de la ternura, "la Vargas", camina entre imágenes polvorientas de la revolución mexicana; entonando los corridos "Juan Charrasqueado" y "Simón Blanco", las graderías se vienen abajo.
Ya consagrada, abre una puerta de la bohemia mexicana y se codea con el compositor Agustín Lara, la poeta Pita Amor, el pintor Diego Rivera, el escritor Juan Rulfo, el cantante Pepe Jara. De todos, a quien más admira es a José Alfredo Jiménez. Un filósofo, piensa, que con sus canciones enseña a vivir; un artista que según ella abre mundos como el argentino Atahualpa Yupanqui.
Chavela, quien ha sido frontal a la hora de hablar de su sexualidad y que señaló que entre sus amores estuvo la pintora Frida Kahlo, dice en su autobiografía: "se dieron cuenta de que yo era homosexual desde muy niña". Agrega que, para referirse a ella muchos utilizaban el término "rareza". Y concluye: Lo que duele no es ser homosexual, sino que lo echen en cara como si fuera una peste".
Aplaudida en el Olympia de París, ovacionada en el Palacio de Bellas Artes de México y distinguida en España por la Universidad de Alcalá de Henares como Excelentísima e Ilustrísima Señora ("nunca me habían dado un título como ser humano"), la popularidad de la cantante es tal que incluso una calle del pueblo español de Burgos lleva su nombre.
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