Enrique Urquijo (Madrid 1960-1999) ya no necesita que nadie le reivindique. Su aura de poeta maldito se agranda día a día. Algunos de los locales donde estrenaba cada noche sus canciones, como el Café del Foro, han cerrado sus puertas, pero músicos como Fito y los Fitipaldis o Quique González siguen cantando Quiero beber hasta perder el control u Hoy la vi. Su biografía, resumida en más de 300 páginas, supone una vuelta más en la vida del compositor, que pasó la mitad de su existencia sumido en un círculo vicioso que le llevaba de la depresión a las drogas. "Cuando sentía el hormigueo de la desesperación, recurría al alcohol, la heroína, la cocaína o los tranquilizantes (en ocasiones, todo a la vez) para conseguir una especie de muerte efímera".
Extremadamente tímido, Enrique aprendió a usar las canciones como medio de expresión. "Era absolutamente inadaptable a la vida", cuenta en el libro Sabina. "Le llevaba a esto un sentimiento de ser incapaz de comunicarse. Tenía la marca en la cara de la tristeza". A pesar de esa timidez, encontró en el cara a cara con el público su hábitat natural. Tocó en grandes recintos y en garitos minúsculos. Probó todos los formatos posibles: acompañado por una banda de rock (Los Secretos), arropado por instrumentos acústicos (Los Problemas) y hasta se subió al escenario formando dúo con la acordeonista Begoña Larrañaga.
Enrique Urquijo falleció a los 39 años, abandonado en un portal del barrio de Malasaña. En las horas previas a su muerte, Pía, su novia, fue a buscarle en un par de ocasiones a la casa del camello donde se había recluido tras abandonar la clínica donde estaba ingresado. Era el punto final de una pesadilla que se inició 20 años antes. "Enrique y sus hermanos empezaron a probar las drogas en 1981. La heroína había entrado con fuerza en toda la comunidad de músicos a mediados de los años setenta, y dentro del círculo de la nueva ola estaba a la orden del día", cuenta Miguel A. Bargueño. "Había caballo en todas las fiestas. Si eras músico y no te metías, es como si fueras gilipollas".
A principios del invierno de 1983, Enrique se propuso desengancharse. En esos días el consumo de jaco se había disparado. Los debates sobre la droga se sucedían desde las tribunas políticas hasta el cine, y para la medicina la ayuda a los toxicómanos era un campo de pruebas. Enrique empezó un peregrinaje por consultas de psiquiatras que no sabían cómo solucionar un problema nuevo.
Los tratamientos no distinguían entre heroína y cocaína. En el hospital Clínico la doctora Rita Lafuente empezó a trabajar con toxicómanos y no tardó en detectar los primeros casos de VIH.
La vida de Enrique y la de las personas que le amaban se convertiría en un túnel en el que la fama no ayudó.
3 comentarios:
Una pena estos muchachos, con un talento innato impresionante.
Me da una pena inmensa. Él y otros, y otras. Ay, Gato. ¡Cómo lo siento!
Pienso que, si vosotros erais entonces o sois ahora músicos, ojalá hayáis sobrevivido a esa mierda incombustible, indeseable, indecente, impresionante que ha hecho tantísimo daño, que ha causado tanto dolor...
No sé, Gato. Me falta una entrada sobre Kafka en mi blog. Esa donde he de decir que me importa un rábano que se pierdan todos sus libros, que la mejor música, la mejor poesía, el mejor relato... no valen una vida, una esposa, unos hijos, una familia... Que somos enormemente capaces de vivir y de crear sin drogas, sin hacernos daño. Ojala estuviera absolutamente convencida. Ojalá supiera yo tener consejos a tiempo para mí misma.
Y también que el trabajo mejor hecho del mundo no merece un infarto ni un ictus ni una depre ni una diabetes...
Ojalá supiera yo cómo vencer los hábitos que hacen daño, las adicciones de todo tipo, incluida la adicción a un hombre o a una mujer. Eso que está entre el amor y la obsesión. Ojalá.
En fin... buenas noches y dulces sueños, Gato.
Existen obsesiones de muchos tipos, parece que las del amor son tremendas a juzgar por los casos que uno escucha.
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