Delmore Schwartz (1913 – 1966) nació y creció en Brooklyn, Nueva York. Sus padres se divorciaron cuando él tenia nueve años, y el divorcio le causó un profundo efecto. Tras pasar por la Universidad de Columbia y la Universidad de Wisconsin, se licenció finalmente en la Universidad de Nueva York. Tras la licenciatura, escribió su relato más famoso, En los sueños empiezan las responsabilidades (1937), con el divorcio de sus padres como tema. En 1938 publicó su primera antología de relatos, también titulada In Dreams Begin Responsibilities. El libro tuvo una excelente acogida y le hizo conocido en los círculos literarios de Nueva York. Su trabajo fue elogiado por algunas de las figuras más respetadas de la escena literaria de su generación y fue considerado uno de los escritores más talentosos del momento. Durante las siguientes décadas, continuó escribiendo historias, poemas y teatro, además de editar la Partisan Review y The New Republic. Se casó dos veces, en 1937 y 1948, aunque en ambas ocasiones el matrimonio concluyó en divorcio. En 1959, obtuvo el Premio Bollingen, por su colección de poesía Summer Knowledge. Dio clases de escritura creativa en diversas instituciones, incluyendo Syracuse, Princeton y Kenyon College. Uno de sus estudiantes, el músico de rock Lou Reed, considera En los sueños empiezan las responsabilidades como el mejor relato jamás escrito y le ha dedicado dos canciones. Bono también ha declarado en varias ocasiones su aprecio por la obra de Schwartz. Saul Bellow es otro de los admiradores de este autor cuya obra ha sido definida como «el retrato definitivo de la clase media judía durante la Depresión». Murió en 1966, alcoholizado y aquejado de problemas de salud mental, en el Hotel Marlon, donde vivió aislado y apartado del mundo.
El oso pesado que conmigo va,
Embadurnado el rostro de una múltiple y variada miel,
Zafio y dando tumbos aquí y allí,
Acaparando cada sitio con su peso,
Ese bruto hambriento y golpeador
Enamorado de los dulces, del sueño y de la ira,
Factótum desquiciado que todo lo deshace,
Que trepa el edificio y patea el balón,
Que en la ciudad del odio boxea con su hermano.
Junto a mí jadea, ese pesado animal,
Ese oso pesado que conmigo duerme,
Y que dormido aúlla por un mundo hecho de azúcar,
Por un dulzor tan íntimo como el abrazo del agua,
Aúlla en sueños porque la cuerda
Tiembla mostrándole el oscuro abismo que hay debajo.
Este exhibicionista de pomposo andar está aterrado,
Embutido en su traje de gala, reventándole los pantalones,
Y tiembla cuando piensa que su carne tiritante
Se deshará por fin hasta convertirse en nada.
Este animal del que no puedo escapar conmigo va,
Y me ha seguido desde que el negro útero me sostenía,
Moviéndose conmigo, distorsionándome los gestos,
Una caricatura, una henchida sombra,
El payaso estúpido de los designios de mi ser,
Que ofende y obnubila con su propia oscuridad,
Que alienta oculto en el vientre y en los huesos,
Opaco, demasiado próximo, mi secreto, y aún así desconocido,
Que se yergue para abrazar a ésa a la que amo,
Con la que quisiera caminar, de no estar él tan cerca,
Groseramente la manosea, a pesar de que me bastaría
Tan sólo una palabra para desnudar mi corazón y mostrarme como soy,
Pero él se tambalea, y lo ofusca todo, y exige su alimento,
Bajo su custodia babeante arrastrándome con él,
Entre los cientos de millones de su especie,
Y el desenfreno de la gula en todas partes.
El oso pesado que conmigo va
El oso pesado que conmigo va,
Embadurnado el rostro de una múltiple y variada miel,
Zafio y dando tumbos aquí y allí,
Acaparando cada sitio con su peso,
Ese bruto hambriento y golpeador
Enamorado de los dulces, del sueño y de la ira,
Factótum desquiciado que todo lo deshace,
Que trepa el edificio y patea el balón,
Que en la ciudad del odio boxea con su hermano.
Junto a mí jadea, ese pesado animal,
Ese oso pesado que conmigo duerme,
Y que dormido aúlla por un mundo hecho de azúcar,
Por un dulzor tan íntimo como el abrazo del agua,
Aúlla en sueños porque la cuerda
Tiembla mostrándole el oscuro abismo que hay debajo.
Este exhibicionista de pomposo andar está aterrado,
Embutido en su traje de gala, reventándole los pantalones,
Y tiembla cuando piensa que su carne tiritante
Se deshará por fin hasta convertirse en nada.
Este animal del que no puedo escapar conmigo va,
Y me ha seguido desde que el negro útero me sostenía,
Moviéndose conmigo, distorsionándome los gestos,
Una caricatura, una henchida sombra,
El payaso estúpido de los designios de mi ser,
Que ofende y obnubila con su propia oscuridad,
Que alienta oculto en el vientre y en los huesos,
Opaco, demasiado próximo, mi secreto, y aún así desconocido,
Que se yergue para abrazar a ésa a la que amo,
Con la que quisiera caminar, de no estar él tan cerca,
Groseramente la manosea, a pesar de que me bastaría
Tan sólo una palabra para desnudar mi corazón y mostrarme como soy,
Pero él se tambalea, y lo ofusca todo, y exige su alimento,
Bajo su custodia babeante arrastrándome con él,
Entre los cientos de millones de su especie,
Y el desenfreno de la gula en todas partes.
4 comentarios:
Oso, gato... ¡Vaya animalario que estamos reuniendo! Ja, ja, ja...
Suerte que hay un humano por ahí también...
Buenas noches, Gato.
Bueno, no estoy tan seguro de que sea una suerte que haya humanos implicados.
¿Para ti tampoco, Gato?
Los humanos pueden ser las peores bestias, pero, también, los mejores animales.
Es curioso, releo y pienso: como si yo no fuera de esa especie. Pero lo soy.
Mientra haya vida, habrá esperanza....
Eso dicen....
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