Me miré en el espejo, miré a Sheila y miré las rayas de heroína. Cogí el billete de dólar y las aspiré una tras otra.
- Esto es - dije, esto es lo único que me vale. Si esto es lo único, voy a seguir con ello, cueste lo que cueste....
Y en ese momento sabía que la policía un día me detendría, que iría a la cárcel y que no sería débil; no sería un delator como tantos farsantes, los payasos, los infraseres, la chusma que pulula por todas partes, la gentuza que siempre está agazapada y al acecho, la escoria que acabó con la música, la gente que acabó con este país, la gente que acabó con el mundo entero, la chusma horrible, repulsiva, putrefacta que siempre tiene una carta en la manga, la gente del black power, los siniestros hijos de puta que se aprovechan de ser negros y todos los que vinieron después; las mujeres guarras, las marranas de tres al cuarto que no tienen corazón y son incapaces de querer, que no saben lo que es el amor, porque están vacías por dentro, porque no son personas, todos esos canallas repelentes que nada tienen que ofrecer, que no son nadie, que desde siempre estuvieron condenados a no ser nadie.
Todo cuanto puedo decir es que en ese momento percibí que había encontrado la paz interior. Una paz interior de producción sintética, pero después de haber pasado por todo aquello y de haber hecho de todo, cambiar todo aquel sufrimiento por la felicidad absoluta...No había que hablar, está claro. Me daba cuenta. Me daba cuenta de que a partir de ese momento iba a ser, si queréis que use esa palabra, un yonqui. Era la palabra que por entonces se utilizaba. Es la palabra que se sigue empleando. En eso me convertí entonces. eso es la que sigo siendo. Y así voy a morir: como un yonqui.
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