Louis se había llevado su chofer particular a Nueva York, un tío al que todos conocíamos del Sunset y el Nest de Chicago. En cualquier sitio que te presentarás del South Side, aparecía en escena el Agradable, dispuesto a oficiar de guía a los más jóvenes. Pero el Agradable era un tipo enorme, media cerca de metro noventa y su tripa se extendía más de medio metro por delante. Cuando Louis empezó a hacerse famoso él se dedicó a pasearse de arriba abajo porque la Avenue sirviéndose de un bastón y casi te hacía pensar que era el mismísimo señor Armstrong. Un día, cuando me pasé con Frankie por la esquina, vimos una multitud apiñándose en la puerta del Connie's Inn y nos abrimos paso para averiguar qué pasaba. Por lo visto el Agradable no soportaba que Louis se llevara toda la gloria de La Gran Manzana pues donde quiera que mirara se encontraba con la peña flipando con Louis y él no entraba en el asunto. De modo que esa noche decidió hacerse notar. Se paró en la esquina con unos resplandecientes pantalones cortos de color púrpura, una camisa amarilla, un bastón con una empuñadura tan grande como el tocón de un roble y un mono, vivito y coleando, encaramado al hombro. El Agradable logró parar el tráfico aquella noche y fue feliz. Hasta salió en los periódicos.
Luis y yo pasábamos juntos mucho tiempo. Nos encorsetábamos tanto que llegamos a ser conocidos como los Señores de Harlem. Atentos al atuendo: traje cruzado gris Oxford, camisa de seda blanca de cuello ancho (Louis, por comodidad, llevaba cuellos Barrymore para tocar y corbata de nudo grande), chaleco cruzado de terciopelo negro, bufanda formal de seda blanca, calcetines de hilo francés tejidos a mano, zapatos londinenses negros a medida, pañuelo blanco de seda encajado en el bolsillo superior de la chaqueta, un sombrero Derby en el caso de Louis y uno de fieltro gris claro en el mío con la caída a un lado, a la vez gallardo y disoluto. Louis siempre tenía un pañuelo a mano porque sudaba mucho, dentro y fuera del escenario, y eso acabó convirtiéndose en una moda: al momento todos los chavales de la avenida corrían detrás de él agitando pañuelos blanco en las manos para mostrarle lo mucho que lo adoraban. Luis siempre se quedaba de pie con las manos enlazadas por delante, con serena indolencia. Pronto no un solo chaval en los alrededores de la esquina que no se parara con las manos cruzadas, un pie ligeramente adelantado y un pañuelo blanco asomando entre los dedos. Los chavales más desastrados, especialmente los fumetas, sintieron un ramalazo de amor propio después de ver lo pulcro y elegante que iba siempre Louis y empezaron a vestirse con elegancia, en la medida de sus posibilidades. Incluso se sintieron orgullosos. Si Louis lo hacía tenía que estar bien. El lema de nuestro círculo de fumetas paso a ser: "Colócate y sé alguien".
Mezz Mezzrow - Really The Blues
8 comentarios:
Genial el texto de Mezzrow. Genial el Agradable.
De Armstrong no diremos nada, ya esyá todo dicho.
El libro de Mezzrow, que ya te dejaré si te interesa, es una auténtica pasada. Kerouac, entre otros, reconoció estar influenciado por él.
Te lo agradeceré, aunque no sé de dónde voy a sacar tiempo para leer todo lo que me gustaría leer.
Esa es otra. ¿Qué quieres que te cuente limeña...?
Si Kerouac así lo dijo, lo buscaré y lo leeré...
Te lo recomiendo encarecidamente. No por la literatura, que no es que sea mala, sino como crónica de una época.
Pero qué bueno era y es. Me lo dice la piel, que esa no engaña.
Efectivamente, es la única qe no entiende de triquiñuelas.
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