viernes, 30 de mayo de 2014

Louis Armstrong Quinta y última Parte


Después de cinco actuaciones, dos programas de radio y un par de horas de grabación, Louis seguía en plena forma. Era imposible abatir al viejo Pops.
El espectáculo se traslado a Baltimore y allí fui testigo de una de las escenas más dramáticas y patéticas de la carrera de Louis. Sus labios se habían resentido mucho al tocar en Philly y ahora los tenía fatal, inflamados y en carne viva, por lo que se pasaba el día frente un espejo, mirándoselos y aplicándose una pomada especial para trompetistas comercializada por Vincent Bach, para que soplar su instrumento musical no se convirtiese en una tortura. Para empeorar las cosas, no paraba de pincharse la ampolla más grande con una aguja. Yo no podía ni mirar, sentía que me atravesaba con cada pinchazo y temía que se acabara infectando y no pudiera tocar más. Pero cuando le dije que parase soltó una risita:
-¡Oh, no pasa nada, Mezz! Hace mucho que lo hago. Me arranco los trozos de piel muerta para que no taponen la boquilla. Así que limítate a sentarte y no te preocupes por nada. Esto es asunto mío. Deja que sea yo quien se preocupe. Se supone que tú tienes que estar contento y pasártelo bien, eres mi chico, así que déjame a mí las preocupaciones, que sé cómo manejarlas, ja, ja, ja.
Daba la impresión de que le había brotado una fresa gigantesca en los labios.
Esa noche era Nochevieja. Cuando Louis salió al escenario a hacer su número especial, los bastidores estaban repletos de coristas y otros artistas, la gente que habitualmente se apelotonaba con reverencia en el backstage para oírlo tocar. A muchos de los artistas les acompañaban las amistades que habían ido a visitarles, por lo que no quedaba ni un hueco libre. Era un momento tenso. Yo me hallaba en el lado opuesto al de su entrada en el escenario, por lo que podía verle salir y el verme a mí y hacerme alguna mueca. Solía colocarme en el lado contrario porque mientras acercaba el micrófono Louis cantaba "Mezzeerola", o algún fraseo similar en el mismo tono en que estaba tocando la banda. A los dos nos hacía sentir bien.
Pues bien, esa noche salió canturreando "Feliz Año Nuevo, Mezzeerola", me lanzó una gran sonrisa y para acabar con la intro yo le respondí cantando: "Lo mismo te digo-o". Entonces Louis alzó su trompeta y se dispuso a soplar mientras la banda tocaba el fondo de "Them There Eyes". Había tal silencio en el backstage que se podría haber oído estornudar a una cucaracha. Todo el mundo sabía que los labios de Lous estaban peor que nunca y se temía que lo más seguro es que no pudiera acabar la función. Ése era el verdadero drama de la vida de Louis, tenía lugar frente a un montón de gente que sólo creía estar viendo otro buen espectáculo.
La emprendió con el coro a corazón abierto y los vibrantes tonos que emergerían de aquellos pobres labios torturados sonaron como un alma sagrada arrastrándose por una carretera soli taría con el peso de todas las penas del mundo sobre los hombros clamando por el alivio de su gente. Luchaba por abrirse paso, anhelando ver más allá y ser comprendido, hasta con el último y más desgarrador gemido de su súplica. Toda la tristeza y el dolor de la vida, de la vida del hombre de color, surgía a borbotones de aquella trompeta. La de aquella noche no era una trompeta cualquiera. Era la conciencia de un mundo agonizante que condenaba los pecados y la maldad. Había lágrimas en todos los ojos que me rodeaban, lágrimas por lo que Louis estaba predicando con su instrumento, lágrimas por el propio Louis, maravilloso, atribulado, herido y sufriente, el héroe de su raza. Todos éramos conscientes de que cada vez que sus labios rozaban la trompeta era como si se le aplicara un atizador al rojo vivo. Nadie decía una palabra, ni siquiera los habituales gritos de excitación que solían escucharse durante sus actuaciones: "¡Sí, Louis!" o "¡Dale, Papi!". Habría sido un sacrilegio romper el hechizo de aquella noche. Pops se había hecho con el escenario él solito. De su trompeta se derramaron torrencialmente todas las miserias del mundo, inundaron el teatro y descubrieron a todos. Entonces llegó el clímax.
Louis estaba tocando el último coro y parecía que no iba a lograr terminarlo. Estaba recurriendo a todo su talento artístico y a aquella preciosa técnica que sólo sus dedos dominaban. El público pensaba que estaba soberbio e intuía que ante sus ojos estaba teniendo lugar un drama terrible. Se habían quedado congelados en las butacas, con la boca abierta y sin poder apartar la mirada de él. Cada vez que Louis, lenta, muy lentamente, se deslizaba en uno de aquellos descorazonadores gemidos, todos los que estábamos en el backstage temblábamos de miedo. Nos sonaba como si no fuese a llegar. Seguro que ahora se cae, se rinde y el esfuerzo le derriba. Podíamos identificar el tormento vibrando detrás de cada dolorosa nota. Todo el teatro estaba petrificado.
De repente Charlie "Big" Green, que tocaba el trombón, rompió a llorar y abandonó el escenario en medio de un coro. Vi que toda la banda estaba llorando. Todos los músicos y las coristas tenían los ojos húmedos. Big Green se detuvo a mi lado y nos pusimos a llorar como críos, tomándonos de la mano mientras aguardábamos aquellos insoportables últimos compases en los que Louis tenía que trepar hasta un altísimo Fa.
Chick Webb hacía uso de todas las tácticas magistrales que conocía en un intento de transmitir lo que sentía por Louis con los redobles de su batería, proporcionándole todo el apoyo posible, mientras las lágrimas le rodaban por la cara. Las luces se redujeron al rojo y el azul, porque el manager no quería que el público se percatarse de que todo el mundo estaba sollozando.
Entonces ocurrió. Louis inició aquella tortuosa ascensión al Fa agudo con notas estranguladas y agonizantes, todas ellas ensangrentadas. Era como el hijo pródigo que finalmente divisa su casa, enfermo y cansado de toda una vida de errancias, decidido a regresar al hogar antes de que el corazón le deje de latir. Ponía todo su empeño y sudaba sangre, y lo que surgía de su trompeta no sonaba tanto como música sino como el terrible y salvaje aullido de los perdidos y los condenados. La banda avanzaba con él, tratando de empujarle, proporcionándole un apoyo en el que pudiera sustentarse, como diciéndole: "Papi, estamos aquí contigo, no te vengas abajo, te acompañaremos hasta allí arriba porque te queremos mucho".
Y entonces, con el último hálito que le quedaba, como un hombre con las convulsiones de la muerte, poniendo por última vez toda la fuerza de su corazón, su alma y sus laceradas vísceras, Louis se aferró, se estiró y, arrastrándose casi a gatas, logró apenas llegar a aquel altísimo Fa en un último y desgarrador segundo.
La conmoción y el escalofrío atravesaron el teatro. La sala entera se estremeció y, acto seguido, estalló en aplausos. Louis se quedo allí, con su trompeta, jadeante, lamiéndose la sangre que le brotaba del labio mutilado, y se las arregló para sonreír, inclinarse y volver a sonreír, para que la gente no notara nada.
Me fui corriendo a su camerino y me lo encontré secándose el sudor de la cara. Tenía toda la ropa empapada y chorreante. Como un galante guerrero de antaño me sonrió y me dijo:
-Ha sido duro, Mezzi, pero así es todo en esta vida. ¡Ja, ja, ja!
En ese momento me deslicé una dosis de opio en la boca y nos fuimos a disfrutar de la Nochevieja.

Mezz Mezzrow - Really The Blues

6 comentarios:

Juan Nadie dijo...

Tremendo texto. Son conocidos los problemas de Armstrong en la boca por tocar la trompeta, pero Mezzrow lo narra magistralmente.

Sirgatopardo dijo...

Magistral y estremecedor.

carlos perrotti dijo...

Un ser precioso en toda su inmensidad era y sigue siendo Satchmo. Me gusta eso de que Mezzrow lo llame galante guerrero, además.

carlos perrotti dijo...

Robaré ese mote para un poema alguna vez.

Sirgatopardo dijo...

Igual es cosa del traductor y Mezzrow lo definió de otra manera...

carlos perrotti dijo...

Una vez más Octavio Paz tuvo razón entonces cuando valoró el aporte de los buenos traductores.