El publico lloraba de alegría al verlo y se conmovía por su forma de tocar. Más tarde Miles recordó que, una de aquellas noches, un pequeño hombre negro de alrededor de treinta y cinco años, que padecía parálisis cerebral, se ubicó delante del público en una silla de ruedas, y el trompetista tocó un blues para él:
Hacia la mitad de mi solo lo miré a los ojos y estaba llorando. Extendió su brazo tullido, que le temblaba, y con una mano temblorosa me tocó la trompeta como si la bendijera y también me estuviese bendiciendo a mí. Macho, estuve a punto de perder el control, casi me derrumbo y me echo a llorar yo mismo (...). Era casi como si me hubiera dicho que todo iba bien y que mi música era tan hermosa y poderosa como siempre. Yo necesitaba eso, lo necesitaba en aquel preciso momento para seguir adelante.
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