miércoles, 6 de agosto de 2014

Charles Mingus II


Autor: Milt Hinton
Gradualmente fue asumiendo el peso y las dimensiones de su instrumento. Pesaba tanto que el contrabajo simplemente le colgaba del hombro como un talego. Podía obligarlo a hacer cualquier cosa. Algunos tocaban el bajo como escultores, grabando las notas en una roca inmanejable; Mingus lo tocaba como si peleara, acercándose, trabajando por dentro, agarrándolo del cuello y punteando las cuerdas como si fueran tripas. Tenía los dedos duros como alicates. La gente aseguraba haberle visto agarrar un ladrillo entre el pulgar y el índice y dejar dos hoyuelos en el lugar de contacto. Luego pellizcaba las cuerdas con la misma delicadeza que una abeja posándose en los pétalos rosas de una flor africana que creciera en un lugar donde nadie hubiera estado todavía. Cuando inclinaba el bajo conseguía que sonara al zumbido de mil feligreses congregados en una iglesia.     
Mingus fingus. Los dedos de Mingus.     
La música simplemente formaba parte del proyecto Mingus, en constante crecimiento. Cada gesto y cada palabra del día, por triviales que fueran, estaban tan saturados de Mingus como los demás: desde atarse los zapatos a componer «Meditations». El conjunto del hombre y su música está presente en el menor atisbo de él, como en la foto de Hinton donde se le ve leyendo...
Mingus se sentó. Sentarse en una silla era someterla a una fuerza innecesaria, pero todo en Mingus era excesivo. Cogió el New York Times y lo desplegó, lo abrió con la actitud «¿Qué coño es esto?» que reservaba siempre para los diarios. Leyó con impaciencia, sujetándolo firmemente con ambas manos como si lo agarrara por las solapas, eligiendo una frase aquí y allá y saltando hacia delante y hacia atrás, deteniéndose en algunas partes y leyendo por encima párrafos enteros antes de volver a ellos, de modo que leía un artículo dado de cuatro o cinco maneras distintas sin leerlo debidamente. Daba la impresión de que le costaba leer: ceño fruncido y labios a punto de articular las palabras como un viejo cuando escucha. La silla chirriaba y pedorreaba cada vez que Mingus se movía. Sin apartar la vista de la página, Mingus se comió un donut, partiéndolo en dos con la mano y llevándose un trozo a la boca como una serpiente se come un pájaro, masticando y tragando, empujándolo con café, limpiando las migas del diario. Cuando terminó de leer, tiró el periódico al suelo como asqueado, como si no soportara mirarlo ni un minuto más.

5 comentarios:

Juan Nadie dijo...

"La gente aseguraba haberle visto agarrar un ladrillo entre el pulgar y el índice y dejar dos hoyuelos en el lugar de contacto. Luego pellizcaba las cuerdas con la misma delicadeza que una abeja posándose en los pétalos rosas de una flor africana que creciera en un lugar donde nadie hubiera estado todavía. Cuando inclinaba el bajo conseguía que sonara al zumbido de mil feligreses congregados en una iglesia."

Literatura de gigante sobre un genio del jazz.

Sirgatopardo dijo...

Gran escritor. Habrá que marcarlo de cerca...

carlos perrotti dijo...

Suscribo. Mingus, la foto de Hinton y este fragmento Dyer: capos di tutti i capis.

marian dijo...

Vamos conociendo un poco más a Charles Mingus. Pero lo del periódico no me extraña, le pasaría a cualquiera.

Sirgatopardo dijo...

Existe una autobiografía titulada "Menos que un perro" por desgracia descatalogada. Dicho lo cual hay que recurrir a Geoff Dyer.