lunes, 16 de junio de 2014

Let´s get lost



La música de su trompeta parece mover las ramas de las palmeras de Santa Monica, mientras la cámara pasea por la noche. En el interior de un automóvil, rodeado por dos bellas chicas, Chet Baker se dirige a un destino inexorable con los ojos cerrados. Apenas puede hablar, su rostro aparece en la penumbra... Le faltan sólo unos meses para morir en un hotel de Ámsterdam. La descripción corresponde a unas de las primeras escenas de Let's get lost (Vamos a perdernos), el documental de Bruce Weber sobre Baker, que ganó el Oscar de Hollywood en 1988, un impresionante testimonio del final de un genio con una vida turbulenta y marcada por su adicción a la droga. La noche que filma Weber podría haber sido la última porque en ella el ojo de la cámara rastrea el pasado del artista. Le vemos en un flashback con poco más de 20 años, jugando en la playa con unos amigos mientras su joven y bellísima esposa baila junto al mar. Nunca he visto mejor representada la sensación de fugacidad de la felicidad. Baker lo tuvo todo y lo destruyó todo. Tras tocar con Gerry Mulligan y Charlie Parker se convirtió en un icono de la cultura americana en los años 50, cuando se llegó a escribir de él que era una mezcla de James Dean y Frank Sinatra. La comparación no me gusta, pero nadie -yo creo que ni siquiera Miles Davis- ha podido sacar tanta magia de una trompeta como Baker. El verano pasado veía cada tarde ponerse el mar por el oceáno desde mi terraza en Bayona mientras escuchaba sus discos saboreando una copa de orujo helado. Baker no sólo tocaba maravillosamente la trompeta sino que además cantaba con una peculiar voz que no soy capaz de caracterizar. Era un autodidacta que había saltado a la fama por su talento tras debutar en bandas del Ejército y luego actuar en los clubes de San Francisco, donde conoció a Stan Getz y Charlie Parker. Su colaboración con Gerry Mulligan en el sello Pacific Jazz Records fue probablemente la etapa más fructífera de su vida con algunas grabaciones que han pasado a la historia del género. De esa época es My Funny Valentine con el Gerry Mulligan Quartet. Escucho esas interpretaciones y me invade un sentimiento de nostalgia y añoranza de un tiempo que se fue para siempre, mientras vagan por mi cabeza las tristes imágenes de Let's get lost. Sí, vamos a perdernos con su música porque todo es pérdida en nuestra existencia. Lo que hizo Chet Baker es perderse más deprisa, como si tuviera miedo de que la vida se le escapara de las manos. Pero nos queda su trompeta y su voz susurrante en el silencio de la noche mientras la brisa agita los árboles en la costa de California. De allí surgió su espíritu y allí permanece flotando en ese movimiento místico de las palmeras danzando en la oscuridad.


7 comentarios:

Juan Nadie dijo...

Magnífico texto. El documental habrá que verlo con tranquilidad.

Sirgatopardo dijo...

El documental, creo que además lo tienes hace tiempo, es imprescindible.

Juan Nadie dijo...

Sí, pero aún no lo he visto.

jose dijo...

Yo lo vi en su momento, pero tendré que volver porque es necesario como dices.
Para mi el trompeta más personal de todos los tiempos y mira que ahí está Miles para competir.

carlos perrotti dijo...

Menos mal que viví para ver y vibrar con esto...

Sirgatopardo dijo...

Es un documental excepcional, que además recoge con total crudeza real, las dos, tres o cuatro vertientes del Baker músico y del Baker humano.

carlos perrotti dijo...

Tal cual.