No encontraba siquiera la manera de decir "éste me gusta" y "éste no": todos me resultaban desalentadores por igual. El propio Parker, de una velocidad y fanfarronería compulsivas, no podía tocar cuatro compases sin recurrir a uno de sus clichés, especialmente molesto, sacado de un tema anterior a la guerra y titulado "The Woody Woodpecker Song". Su sonido, aunque mucho mejor que el de buena parte de sus sucesores, era agudo y carecía de cuerpo*. La impresión de alucinación mental que uno tenía al escucharlo era igual a la que producía el pianista Bud Powell, que cultivaba el mismo virtuosismo maníaco y al que sólo podía parar, en ocasiones, un rayo de luz que le pasara ante la mirada. Gillespie, sin embargo, era un tipo mucho más campechano, primer trompetista y showman, pero me disgustaba su afición por los ritmos latinoamericanos y encontraba su sentido del humor vulgar. Thelonious Monk daba la impresión de ser un actor cómico que no había tenido demasiado éxito, como atestiguaban sus divertidos sombreros: su estilo al piano, una suerte de baile paquidérmico faux-naif, jalonado con aquellos torpes intervalos y la ausencia de swing, era más tedioso si cabe por su falta de repertorio. Con Miles Davis y John Coltrane nació una nueva suerte de inhumanidad. Davis se desdoblaba en varias facetas: como intérprete de temas lentos en los que invariablemente usaba la sordina, como intérprete de temas rápidos, plagados de amargos aullidos y como intérprete de arreglos de temas teatrales. No soportaba ninguna. La metálica y tediosa vacuidad del discurso de John Coltrane daba pie a un cúmulo de ejercicios de un absurdo de proporciones gigantescas y a unos viajes de un aburrimiento mastodóntico por temas sin demasiado atractivo, durante los cuales exhibía todas las sustituciones armánicas de las que era capaz, de sus extensas investigaciones acerca del hastío oriental y sus interminables y portentosas demostraciones de religiosidad. Coltrane fue, también, el primero en hacer del jazz una música desagradable a posta: su sonido, tremebundo, se iría exacerbando más y más hasta llegar a imitar el sonido chillón de un par de gaitas tocadas como si las hubiera poseído el demonio. Evidentemente, después de Coltrane llegó el caos, el odio y el absurdo, y fue casi un alivio descubrir que la ruptura con el jazz era ya tan total y evidente. Pero me estoy adelantando a los acontecimiento.
* Con todo, reconozco que Parker había mejorado en el momento de su muerte, posiblemente de resultas de haber conocido a Sidney Bechet en Francia (Bechet siempre estaba dispuesto a enseñar a los jóvenes).
Philip Larkin - All What Jazz (Escritos sobre jazz)
11 comentarios:
Anda que los finos, el tipo. No estoy de acuerdo en casi nada.
Quise escribir "que los pone finos", pero no me salió, y eso que yo no uso tablet.
¿A éste le pegó mal el jazz o me parece... estoy dormido y debo aún levantarme?
En la reseña de ayer parecía ironizar. En esta se fue al carajo. Mal.
En su momento no fue el único que criticó el bebop y posteriormente a Coltrane.
Está claro que todo lo que se salía de los "principios" del jazz le desagradaba. Pero creo que metió la pata hasta el fondo, evidentemente.
O que era un adicto al Swing, incapaz de ver jazz más allá de él.
En su día no debió de ser sencillo entenderlo.
Posiblemente.
Con lo que me gustan esos aullidos de trompeta... Qué aguafiestas.
El sonido de Miles Davis es inconfundible.
Lo difícil que debe de ser, entre tantos grandes músicos, destacar por un estilo propio.
Ahí está la gracia.
Su aspecto también, eh (El de Davis:)
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