Quienes conocieron bien a Bill Evans aseguran que durante sus últimas semanas de vida se alimentaba prácticamente de caramelos. Había decidido, tras una sucesión de hechos desgraciados de los que pensó que nunca se recuperaría, renunciar a la vida. Tenía 50 años, y optó por abandonarse definitivamente en brazos de la heroína, la cocaína y el alcohol (con los que había mantenido una larga relación de encuentros y desencuentros) y comenzó entonces lo que algunos han descrito como “el suicidio más largo del mundo”.
6 comentarios:
Una lástima.
Sobre todo porque no había llegado a su cenit.
Quien no se emocione, desde luego que está muerto.
O se puede dedicar a la política....
Otro ejemplo de que talento y sensibilidad extrema pueden quemar demasiado rápido...
Y más aún en aquella época, que llego a España en los ochenta.
Publicar un comentario