Gigi Gryce, nacido George Grice en Pensacola en 1925 (y no en 1927, como figura en muchas
enciclopedias), ingresa en 1951 en el Conservatorio de Boston (donde ha
estudiado teoría y composición con Alan Hovhaness y Daniel Pinkhalm y ha
tomado lecciones con Margaret Chaloff, madre de Serge) y ese mismo año
es convocado por Stan Getz como arreglista de su cuarteto, al que aporta
temas como “Mosquito Knees”, “Wild Wood” e “Yvette”. Entretanto,
compone tres sinfonías, un ballet (The Dance of the Green Witches), un poema sinfónico (Gashiya-The Overwhelming Event),
además de varios cuartetos para cuerdas, sonatas y música de cámara. En
1952 obtiene una beca Fulbright y marcha a París, donde estudia con
Arthur Honnegger y Nadia Boulanger. Debe abandonar los estudios debido a
una enfermedad y, en 1953, se instala en Nueva York. Comienza a
colaborar como arreglista con Howard McGee (Shabozz), Max Roach (Glow Worm) y Art Blakey (Blakey) y se une a la orquesta de Tadd Dameron a tiempo para participar en A Study in Dameronia.
Meses después es contratado por Lionel Hampton, que está a punto de
emprender su legendaria gira por Europa. En la orquesta se encuentra con
varios colegas que en adelante marcarían su vida musical, en especial
Benny Golson, el citado Art Farmer y Clifford Brown. Justamente éste,
con quien ya había coincidido en la orquesta de Dameron, lo convoca
antes de la gira para grabar Memorial Album, al que aporta “Hymn
of the Orient”, que quedará excluido de la configuración final a pesar
de ser uno de los grandes temas de Gryce y contener una de las mejores
intervenciones de Brownie en todo el álbum.
Ya
en París, y contraviniendo las órdenes de Hampton, que conduce a sus
músicos con mano de hierro y no quiere distracciones, Brown y Gryce
deciden dar rienda suelta a su individualismo aceptando la invitación
del pianista Henri Renaud para grabar (el 29 de septiembre y el 8 de
octubre de 1953) en el sello Vogue con su trío, del que forma parte el
exiliado guitarrista Jimmy Gourley y al que se suma el contrabajista
Pierre Michelot. Gryce aporta cuatro composiciones, “Salute to the
Bandbox”, “Strictly Romantic”, una preciosa balada donde demuestra su
extraordinario instinto para la melodía, y dos de sus temas mayores,
“Blue Concept” y, sobre todo, “Minority”, donde nos ofrece el que quizá
sea el primer gran solo de su carrera, vívido y con inusual mordiente.
De
regreso en Manhattan, y tras contraer matrimonio con Eleanor Sears, se
instala cerca de donde vive Art Farmer, con quien inicia una productiva y
a veces tormentosa relación. Gryce ya se ha hecho un nombre como uno de
los más importantes arreglistas y compositores de su tiempo, al menos
en en el área de Nueva York (que casi nunca abandonaría dada su fobia a
viajar, especialmente tras la muerte de Brown, uno de sus mejores
amigos). Sin renunciar del todo a la herencia del bebop, pretende dotar
al hard bop de orquestaciones imaginativas en las que ritmo y melodía
estén íntimamente relacionadas, dotar de "sustancia", en sus propias
palabras, el lenguaje musical, expandirlo sin perder de vista al oyente.
Entre mayo de 1954 y octubre de 1955 entra con Farmer en los estudios
de Van Gelder para grabar lo que serían When Farmer Met Gryce y The Art Farmer Quintet Featuring Gigi Gryce,
ambos para Presige. Las ocho composiciones del primero pertenecen a
Gryce, y entre ellas destacan una dinámica versión de “Blue Concept”,
así como “Stupendous-Lee”, la distendida “Social Call”, la elaboradísima
“Capri” y “The Infant's Song”, una balada en la que el alto de Gigi
suena particularmente cool y meditativo. El segundo de los discos
mencionados presenta cinco composiciones de Gryce, incluida la
paradigmática “Nica's Tempo”, y el resultado general es puro hard bop.
Ese mismo año, y tras intervenir como arreglista en Afro Cuban, de Kenny Dorham, graba para Savoy su primer disco como líder absoluto y titulado, justamente, Nica's Tempo.
Lo acompañan, entre otros, Farmer, Thelonious Monk, Horace Silver,
Oscar Pettiford, Art Blakey y una orquesta en la que cabe señalar la
tuba de Bill Barber y las trompas de Gunther Schuller y Julius Watkins,
lo que da una idea de las inquietudes orquestales de Gryce y el impacto
que produjeron en él los conceptos estéticos impulsados, seis años
antes, por Miles Davis. Asimismo, pone de manifiesto su admiración hacia
Monk, a quien acompaña en “Shuffle Boil”, “Brakes Sake” y “Gallop's
Gallop” y cuyo espíritu captura con una naturalidad asombrosa en unos
solos nerviosos, casi impacientes, en los que destaca su característico
vibrato. No será la única vez que Gryce colabore con Monk. En 1957 lo
hará en Thelonious Monk with John Coltrane, así como en Monk's Music,
con una intervención destacable en “Epistrophy”, donde demuestra que,
sin ser un saxofonista excepcional, ha sabido asimilar la impronta de
Parker y gestar un sonido amplio que produce en quien lo oye una
inquietante expectación. Es el comienzo de un brevísimo y milagroso
período para Gryce: colabora con Benny Golson en uno de los mejores
discos de éste, New York Scene, que incluye sendas versiones de” B.G.'S Holiday” y “Capri” (un año más tarde se encargaría de los arreglos de Golson and the Philadelphians); interviene en el excepcional Lee Morgan Vol. 3, donde nos obsequia con un incisivo solo en “Hasaan's Dream”; se encarga de los arreglos de Jazz Contrasts, de Kenny Dorham, y participa en The Greatest Trumpet of Them All,
de Gillespie, al que aporta cuatro temas y unos arreglos exquisitos, en
especial en una inolvidable versión de “Sea Breeze”; integra el decteto
de Teddy Charles, uno de los más experimentales de su tiempo; participa
como arreglista en Modern Art, de Art Farmer, y como integrante
de la orquesta de Oscar Pettiford, con notables arreglos en “Two French
Fries”, “Smoke Signal” y la enésima versión de “Nica's Tempo”,
convertido ya en un standard en toda regla; graba para MGM un nuevo
disco como líder (recientemente reeditado por Fresh Sound) en el que se
atreve con el barítono, el tenor, el clarinete y la flauta y está
acompañado por Hank Jones, Milt Hinton y Osie Johnson, etc.
No
obstante lo anterior, el mayor logro de Gryce en este período
seguramente es la creación, con un jovencísimo Donald Byrd, del Jazz
Lab, por el que pasarán, entre otros, Hank Jones, Wendell Marshall, Art
Taylor y Paul Chambers. Con él Gryce aspira a llevar a la práctica una
poética basada en el rigor y la honestidad, a transmutar la experiencia
musical, y todo lo que en ella hay de búsqueda, en puro sentimiento
jazzístico. En convertir la modernidad en una nueva espiritualidad que,
siguiendo el ejemplo de Parker, deberá gestarse y desarrollarse dentro
mismo de los músicos. A semejante credo no debió de ser ajena la
evolución ética de Gryce. Perfeccionista, sobrio hasta la austeridad
(jamás bebió, fumó o tomó drogas), enemigo acérrimo de la autopromoción y
cualquier forma de comercialización del arte, implacable con quienes
ignoran la tradición, hacia mediados de los cincuenta se convierte al
Islam, cambia su nombre legal por el de Basheer Qusim y crea, en
sociedad con Benny Golson, su propia editorial musical, Melotone,
mediante la que aspira a defender los derechos de autor de los músicos
negros. En este punto, su vida entra en un cono de sombra. Hay quien
habla de presiones psicológicas debidas a las coerciones a que lo
someten las grandes compañías discográficas, que se niegan a perder el
mínimo control sobre sus artistas. Hay quien habla de conductas
paranoides, de negarse a atender el teléfono, de negar toda información
sobre la marcha de la editorial a su propio socio, Golson.
Paradójicamente, hacia el final ya de su carrera, inseguro e inestable
como se sentía, todavía nos legaría cuatro discos a su nombre, tres para
Prestige con su quinteto, The Rat Race Blues, Sayin' Something y Hapnin's (que a la postre sería el último), y Reminiscin',
para Mercury, con su "orch-tette". En los cuatro participa el algo
árido Richard Williams y se trata, en todos los casos, de discos
excelentes. Puestos a elegir, no obstante, nos quedamos con el primero y
el último, en un caso porque Gryce pone de manifiesto (como ya hiciera
en el segundo de los discos citados) su profunda admiración hacia el
blues como fuente inagotable de experiencia y experimentación, pero
sobre todo porque se trata de una obra que gana en profundidad con cada
escucha y contiene inmortales versiones de “Strange Feelin'” y “Blues in
Bloom”. En el segundo caso, porque, por un lado, es un ejemplo de
preocupación de Gryce por actualizar el lenguaje jazzístico y sus
elementos constitutivos, en particular el swing, y, por otro, porque
contiene momentos paradigmáticamente bellos, como una versión de “Dear
Beloved” en la que nuestro hombre se muestra dinámico y hasta alegre
como pocas veces, quizá porque se trata de su única colaboración con uno
de sus grandes amigos, Eddie Costa, que moriría un año más tarde.
Sin embargo, la frescura que Gryce muestra en Reminiscin'
tiene poco que ver con su vida personal. Decidido a luchar por sacar
adelante Melotone, concentra todas sus fuerzas en ésta y se retira de la
escena musical. No aguantará mucho. Su matrimonio va de mal en peor, la
lucha contra las majors se revela demasiado titánica para quien
cuenta con la única arma de sus convicciones y es demasiado susceptible
para hacer transacciones con la realidad. Mientras Quincy Jones empieza a
ganar dinero a espuertas con Ray Charles y la bossa nova, Gryce liquida
los derechos de autor a sus compositores, visita Africa, se divorcia,
vuelve a casarse y se consagra a la enseñanza en escuelas de Long Island
y New York. Dedicará a ello los últimos veinte años de su vida, hasta
que en marzo de 1983 el corazón le juegue una mala pasada definitiva en
su Pensacola natal. Las enciclopedias hablan de "desaparición", pero el
que una escuela del Bronx lleve por nombre Basheer Qusim School debe
entenderse como el triunfo de alguien que pretendía hacer de la música
una experiencia capaz de convertirnos en seres mejores, de llevar el
jazz "al corazón de todos". "No quiero ser un mero destello en la
superficie del lenguaje, sino parte de éste" declaró en una ocasión.
Gigi Gryce no era un retórico, creía profundamente en lo que decía, en
el poder de su arte y sus convicciones. La suya era una batalla perdida
de antemano, pero valió la pena librarla.