Yardbird o Yard o por siempre y para
siempre Bird, pollo de corral, individuo desarraigado incapaz de
integrarse en la sociedad, pájaro que planea por cielos inalcanzables,
por horizontes iluminados, vuelos imposibles. Tranquilo, triste e
introspectivo. Extrae de la funda hermosa, reforzada en piel, un saxo
Selmer mi bemol alto francés confeccionado con manos expertas, monta el
instrumento pieza a pieza, la caña Rico número cinco, la caña más dura
del mercado, la más severa de controlar, la que da el sonido más
impresionante, la que requiere mayor fuerza de soplo, la de menor
flexibilidad y rapidez de ejecución, la prueba del algodón para el
soplador. Respiración, embocadura, digitación, fraseo, giros,
progresiones, el hombre y el instrumento se convierten en un todo, los
ángulos de sujeción se funden, los dedos se ajustan a las llaves
(movimientos suaves y rápidos), el saxofón es una pieza del cuerpo,
cuando se mueve, él también se mueve, el saxofón es una extensión de la
voz; el aire vibra, la sala vibra, la batería, el piano, el contrabajo,
la trompeta vibran, todo el club es un inmenso saxofón. Manos que han
soportado muchas horas de disciplinado entrenamiento autodidacta
aprendiendo escalas que no se olvidan nunca, corrigiendo defectos,
preparándose él solo, al jazz dedica todos sus esfuerzos, el jazz ocupa
todo su tiempo (vive la música las veinticuatro horas al día), en el
jazz gasta todas sus energías creativas y expone sus esperanzas, miedos,
amores, odios, obsesiones, su visión de la belleza musical. Su cabeza
está repleta de melodías e ideas, el motor de un coche, el murmullo del
viento. Numen que lleva dentro la música, nunca toca de la misma manera
dos noches seguidas.
El genio no surge de la nada, ni de un
laboratorio de asépticos experimentos musicales, sus raíces están
profundamente asentadas en la cultura popular afroamericana, rica,
genuina y canalla de Kansas City, paraíso de corrupción, diversión y
pecado donde se saltan a la torera las leyes de la prohibición, centro
estratégico de distribución de cocaína, morfina y heroína que abastecen
los mercados de narcóticos de todo el sudoeste de Norteamérica, pero
como punto de encuentro de las compañías en gira por las rutas del
vodevil, también es zona de contratación de artistas, reserva de músicos
de gran talento que convierten el lugar en el último enclave negro que
desarrolló un estilo coherente de jazz. En cada gran ciudad de los
Estados Unidos había un Instituto Lincoln o equivalente, la típica
escuela para negros con el nivel académico bajo mínimos, pero con un
departamento de música que sobresale del resto de enseñanzas y como
consecuencia una banda escolar elegante y bien adiestrada. Por aquel
entonces, la música era una de las escasas profesiones abiertas a los
negros, aunque paradojas de la segregación y el racismo, no había ni un
solo músico negro que tocara en las orquestas sinfónicas del país y las
big band de color encontraban graves dificultades (si no estaban
prohibidas) para ser contratadas en ciertas regiones del profundo sur
norteamericano. La madre de Charlie tira de ahorros para comprarle un
saxofón alto de segunda mano, no hay instrumento más adecuado en una
metrópoli en la que el saxofón ha alcanzado altas cotas de desarrollo y
creatividad, a Kansas City se la conoce como la ciudad de los saxofones:
Herschel Evans, Ben Webster, Lester Young, este último se erige en el
ídolo, el modelo escogido, la línea imitada hasta hacer imposible
distinguir al disfraz del original. La música se convierte en el único
interés de su vida, junto a la marihuana que se vende barata y es fácil
de conseguir en cualquier esquina, en las tiendas de música o en los
servicios públicos, a los 14 años se inicia en su consumo. Fuma y toca,
toca y fuma, progresa adecuadamente. La banda del instituto se queda
pequeña. Pocos colegas han llegado lejos en la escuela, lo que necesita
aprender se enseña en otros lugares, las clases son los bares, las salas
de baile, los cabaret y los drugstores abiertos durante toda la noche. A
los 15 años ya domina el argot, abandona el canuto y el colegio,
comienza a inyectarse heroína y su principal objetivo es convertirse en
músico profesional con plena dedicación. Cuatro años antes de la edad
legal permitida, obtiene el carnet del sindicato. Se busca trabajo por
un dólar y veinticinco centavos, lo encuentra en vetustos cabarets con
fachadas de ladrillo rojizo y anuncios de bombillas de colores
desvaídas; dentro, escenarios pobremente iluminados, pistas que huelen a
ropa vieja, sobacos sudados, culos sucios y perfume barato; salas donde
reinan las princesas del baile de alquiler (prostitutas, actrices
fracasadas, busconas y chicas huidas de casa) que hacen los honores de
viajantes, oficinistas y desertores del hogar, vidas que se apearon en
la estación de los sueños rotos; antros con los servicios de caballero
sembrados de vómitos y condones usados. Empleos en los que a veces para
cobrar el sueldo de una semana, hay que poner una pistola calibre 45
sobre el mostrador. Vivir entre tinieblas que iluminan las primeras jam
sessions; los músicos esperan pacientes su turno, uno tras otro componen
los solos, interpretan su versión de la misma melodía, las notas
airosas, fértiles, los sonidos rabiosos caen en cascada. Los gánsteres
que regentan los clubes apoyan estos encuentros mientras la libre
creación satisfaga el negocio, lo impredecible sobre lo que puede pasar y
quien puede aparecer atrae a tantos clientes como artistas de renombre,
al final de la noche se pasa el platillo y se reparte el dinero de la
colecta entre los músicos intervinientes. Salas de baile, cabarets,
clubes de jazz, didácticas giras explotadoras en orquestas de segunda y
primera; todos los caminos conducen a Roma y esa Roma se llama Nueva
York.
Diezmadas por la II Guerra Mundial las
grandes orquestas tenían los días contados, la era del swing pasó a
mejor vida. Las compañías discográficas, los clubes, los locales de
varietés buscan salidas que se ajusten al sistema económico y al rumbo
marcado por el gusto imperante. Se imponen estilos como el rhythm and
blues padre del rock and roll y formaciones reducidas como el pequeño
combo, que se instala para permanecer y dominar el jazz. En este caldo
de cultivo, el club más famoso de Harlem, el Minton´s Playhouse es
escenario activo de la revolución que cambia por completo el universo
jazzístico. Entre 1941 y 1944 el swing se va transfigurando en un nuevo
estilo, el bebop (palabra onomatopéyica que se impone como denominación
aun no siendo del agrado de los músicos); en las jam sessions, en las
actuaciones los músicos negros utilizan todo su talento para ejecutar
melodías espinosas, contratemas, acordes lanzados, giros en torno a
puntos fijos, sonidos que fluyen maravillosos, repeticiones ad infinitum
apuntan sus críticos, a pocos periodistas de la prensa especializada
les gusta esa música, la mayoría de ellos la odian, escriben artículos
para explicar a sus lectores el fenómeno del bebop sin conseguirlo, lo
llaman “no jazz” o “antijazz”, lo consideran “quincallería musical”. El
jazz siempre ha estado al socaire de las reglas establecidas y los
hombres del jazz ocupan un lugar equivoco en el mundo del espectáculo;
aun así el nuevo lenguaje, la nueva jerga musical, el bebop es escuchado
como una revelación y sus ejecutantes son tratados como profetas; si
Dizzy Gillespie es el dedo creador, Charlie Parker es la mente
inspiradora, los iniciados eligen a Parker por encima de Gillespie como
icono de su devoción, para las gentes negras urbanas de su generación
Charlie es un auténtico héroe cultural.
Con
25 años, Charlie Parker es el músico de jazz más admirado por sus
colegas. Durante el periodo de alta creatividad artística vive
libérrimamente, a salto de mata, como le viene en gana y a él le gusta,
sin obligaciones, acarrea una vida desorganizada entregado a una serie
desmedida de placeres, consume sin control a lo grande: grandes
cantidades de comida, grandes cantidades de alcohol (whisky, oporto),
grandes cantidades de drogas duras (morfina, heroína) y grandes
cantidades de sexo (modelos, bailarinas, cigarreras, chicas de
guardarropa o barra, cualquier mujer que desee acostarse con él); lleva
su cuerpo al límite, pero por encima de toda desmesura está la música.
Psicológicamente incapaz de repetirse así mismo, una improvisación le
conduce a otra, escucharle es una experiencia vibrante, conmovedora,
emocionante y angustiosa, “tocaba cada pieza como si intentara derribar
los muros de Jericó”. Derrocha su salud y su talento. Las adiciones
aceleran su soledad y su personalidad compleja, inestable, convulsa,
dramática agigantan la tendencia paranoide a la autodestrucción. Bajo
los efectos del síndrome de abstinencia es incapaz de tocar, su cuerpo
depende cada vez más de la dosis diaria de heroína, a veces cuando está
colocado toca bien, incluso brillante, “Embraceable You” una de las
improvisaciones más inspiradas de la discografía del jazz ¿pudo ser
resultado de la dosis que se metió dos horas antes?, se acuña el dicho
incierto e injusto “Parker más heroína igual a genio”.
La chispa se apaga. Los grandes éxitos
dejan paso a los grandes fracasos. Arte mudable en constante vanguardia
por excelencia, el jazz dilapida a sus santones en menos de una
generación. El ídolo del gueto, el maestro absoluto del saxo alto, el
saxofonista que camina cien pasos por delante de cualquier otro músico
de los años 40, el semidiós del bebop se convierte en un anacronismo.
Parker, frustrado y desdichado intenta suicidarse tragándose un tubo
entero de pastillas calmantes e ingiriendo una botella de yodo. Requiere
internamiento siquiátrico e intervención sanitaria, diagnóstico médico:
drogadicción, alcoholismo crónico, cirrosis, úlceras gástricas,
esquizofrenia y comportamiento paranoico derivado o agravado por el alto
consumo de alcohol y drogas. Enfermo, agotado, tocado y hundido
encuentra refugio en el lujoso apartamento de la baronesa Pannonica de
Koenigswarter (la única amiga que, probablemente, nunca tuvo intereses
mercenarios en él); tumbado en el sillón del salón, desgastado por la
enfermedad, dice la leyenda que a Charlie Parker se le llevó la muerte
de un ataque de risa viendo la televisión.
A los 34 años o a los 53 que estimó la
policía, se desvanece el sueño de habitar una casa propia, con libros,
cuadros, un piano de cola, una espléndida colección de discos y hasta
una piscina, un paraíso donde recuperar la salud escuchando a
Stravinsky, Schoenberg, Bartok, Varese, Berg,… Deja un caudal de ideas
musicales imperecederas, eternas y contemporáneas.
Ross Russell
“Bird Lives!”